El pasado 4 de Julio, los físicos del CERN, el laboratorio europeo de física de partículas, anunciaron el descubrimiento de una nueva partícula. Esta parece seguir el guion de lo que para ellos es el modelo, o teoría, estándar y bien podría ser el bosón de Higgs: una perturbación del campo de Higgs o, de forma profana, el éter del siglo XXI que inunda lo que llamamos vacío. Es un momento histórico para la física de partículas en especial y para el conocimiento humano en general, ya que, tanto si se trata del Higgs como de cualquier otro bosón, la observación corresponde a un nuevo tipo de partícula o, incluso, de materia. Constituye, además, el último requerimiento del modelo estándar que reproduciría, aunque sin explicarlos, casi todos los fenómenos que ocurren alrededor de las partículas elementales. Más allá de este bosón hay solo conjeturas, más o menos elegantes y, por supuesto, todas las sorpresas que la naturaleza nos depara. Más acá, siempre nos queda preguntarnos si algún día podremos contestar como lo hizo Faraday al político que le preguntaba para qué servía la electricidad: «Sir, un día usted podrá gravarla con impuestos».
No creo que esa sea la respuesta que podamos dar hoy respecto a la utilidad de este avance científico. Pero tampoco podemos olvidar los casi 50 años que ha costado dar con la esquiva partícula. De esos 50, casi 30 se han dedicado a diseñar, desarrollar y construir el LHC y los grandes detectores que, operados por más de 5000 científicos, han hecho posible el descubrimiento. Es en esta estela tecnológica que deja tras de sí medio siglo de investigación básica donde podemos hallar la respuesta al «para qué sirve?«, sin olvidar la satisfacción que produce resolver los misterios del universo y saber que la humanidad, pese a todo, ha dado otro paso hacia adelante.
Uno de los campos que más puede beneficiarse de la estela del Higgs es el de la medicina nuclear. Sin sostener que la física nuclear y de partículas se halla detrás de los grandes avances en medicina nuclear, hay que reconocer que estas disciplinas han estado siempre muy ligadas. Sobre todo desde que,con los primeros aceleradores de partículas, empezaron a crearse los radioisótopos artificiales que se han venido empleando a modo de terapia y que, además, se hallan en la base de la obtención de los radiotrazadores, o radiofármacos. Estas sustancias constituyen la piedra angular de la obtención de imágenes para el diagnóstico oncológico. Se adhieren a regiones del cuerpo humano donde se llevan a cabo determinadas funciones metabólicas. Marcadas con un isótopo radioactivo que emite partículas, pueden emplearse para señalar las zonas del organismo afectadas por un tumor. Solo tenemos que ser capaces de detectar las partículas emitidas. Es precisamente eso, la detección de partículas, lo que se ha estado desarrollando, en la frontera de varias técnicas, durante la construcción de los detectores del LHC. Este conocimiento generado facilitará el diseño de detectores que permitan reconstruir imágenes con gran resolución y en tiempo real. El propósito es que estas imágenes de gran calidad puedan obtenerse incluso en presencia de campos magnéticos muy intensos; ello permitirá simultanear la imagen metabólica con la estructural y, por tanto, combinar estos métodos con resonancias magnéticas o TAC en tiempo real.
También cabe destacar los avances en radioterapia. La radiación ionizante constituye una de las armas disponibles para combatir el cáncer. Destruye el ADN de las células cancerígenas, especialmente sensibles a estos ataques, pero también daña, aunque en menor medida, las células normales. Se buscan, por tanto, otros métodos que no dañen las células que rodean los tumores tratados. Una de estas alternativas consiste en usar haces de hadrones, en concreto, de iones de átomos como el de carbono o hidrógeno. Nos referimos a la hadronterapia. Estas partículas poseen una masa muy superior a la de los electrones o fotones que emplea la radioterapia tradicional. Y ofrecen una clara ventaja: depositan su energía de forma muy localizada, sin apeñas dañar las zonas circundantes, ni siquiera las que atraviesan antes de liberar su efecto. El CERN coordina una red europea de investigación sobre la hadronterapia que desarrolla los aceleradores proveedores de la radiación terapeútica, los bancos de tratamiento y las técnicas que permiten monitorizar el proceso en tiempo real, para asegurar que las partículas del haz depositan su energía en donde deben y no en otro sitio.
Si la world wide web (www) nació en el CERN (1989 TIm Berners Lee, premio Nobel de Física) como consecuencia de la búsqueda de otro bosón, el Z, me gustaría pensar que la estela tecnológica que deja tras de sí el descubrimiento del nuevo bosón nos traerá, con paciencia, nuevas sorpresas y aplicaciones.